Mi nombre es James Martin y soy el estudiante trabajador en el 787 Colectiva. Estoy en mi primer año de seminario, y antes de venir al seminario, era profesor de ciencias naturales en una secundaria de un pueblo llamado Douglas, AZ, en la frontera entre Estados Unidos y México. Los últimos cinco años viví en las comunidades fronterizas de Douglas, AZ y Agua Prieta, MX. Las personas que conocí en estas comunidades me alimentaron con amor y compañerismo, e me influyeron mucho en cómo veo y entiendo el mundo de hoy en nuestro contexto moderno. En este blog reflexionaré sobre cómo las fronteras visibles e invisibles que nos afectan a mí y otros jóvenes como grupo individual y colectivo a medida mientras formamos comunidades que llamamos la “iglesia” o el “cuerpo de Cristo”.
Ya sea que llegue del norte o del sur, las comunidades de Douglas, Arizona y Agua Prieta, Sonora pueden parecer lejanas y aisladas del resto de los Estados Unidos y México. Pero, año tras año, miles y miles de personas llegan a esta frontera por diferentes razones, y se encuentran con un lugar que les da una amplia gama de tratos, desde extorsión, sufrimiento y muerte, hasta oportunidades, empoderamiento y pertenencia. Para mí, fue lo último, porque una comunidad me adoptó y cuidó como su amado hermano, a pesar de que no teníamos mucho en común en términos de cultura, nacionalidad, etnia o nivel socioeconómico.
Cuando me mudé por primera vez a las comunidades de Douglas y Agua Prieta, sentí una rara mezcla de sentimientos, desde la emoción al miedo al encontrar un lugar que era extraño y familiar. Mis ansiedades y temores de vivir en la frontera como un gringo se calmaron porque un diverso grupo de personas me recibieron con brazos abiertos. Ahora me refiero a estas personas como mis hermanos, mejores amigos y comunidad. Luego, me di cuenta que para la gente que trabaja con la iglesia mayor en Douglas y Agua Prieta, es su forma de vida el dar la bienvenida a extraños como yo mismo a sus comunidades que llaman hogar.
Sería difícil encontrar un grupo de personas que estén más conectadas a través de grandes diferencias y barreras que las personas que forman esta comunidad ecuménica de Douglas y Agua Prieta. Pueden ser ricos o pobres, católicos o protestantes, inmigrantes o gringos, jóvenes o ancianos, y vienen tanto del Sur (México y América Central) como del Norte (Estados Unidos y Canadá). Hay muchas cosas que dividen a las personas en la frontera, pero lo que no sabía antes de llegar a Douglas y Agua Prieta es que también hay un lugar, una comunidad y un Dios que los conecta. Son personas que viven unidas por la frontera y no separadas por ella. Y aunque la mayoría no asiste al mismo culto o misa los domingos por la mañana, forman un tipo diferente de iglesia el resto de la semana. Es la iglesia que se reúne para recordar a los migrantes que han muerto, la iglesia que trabaja para establecer un comercio más justo, la iglesia que se reúne para celebrar una al otro, la iglesia que se enseña a cultivar huertos y coser ropa y la iglesia que todavía ofrece ayuda humanitaria a los migrantes, incluso cuando están amenazados por el crimen organizado y sectores del gobierno. (Scott Warren Acquitted Over Helping Border-Crossing MigrantsFamilies face extortion from cartels near Agua Prieta, Mexico)
Fue esta iglesia con la que me encontré en la frontera cuando era un joven, y fue este diverso grupo de personas que se convirtieron en mis hermanos e inspiración de esperanza en un lugar que solo se ha vuelto más violento y militarizado en los últimos cinco años. En el seminario, me enfrento a muchas incógnitas y preguntas sobre la iglesia y el cristianismo en el siglo XXI. Pero cuando regreso a Douglas y Agua Prieta, me acuerdo de una iglesia y Cristo que se trata menos de cómo nos dividimos y más de cómo somos hermanos que cruzan divisiones y barreras para estar en comunidad unas con otros. El sentimiento de pertenencia que sentí esta Navidad cuando me reuní con mis hermanos y hermanas a lo largo del muro fronterizo para recordar que Jesucristo también era un inmigrante, es el Cristo vivo que conecta mi fe con las realidades difíciles de nuestro mundo actual. Me da un sentido de esperanza de que los muros se derrumben porque ha habido fronteras y muros dentro de mí que se derrumbaron por el amor de esta amada comunidad.
Por mucho que estoy agradecido cómo esta comunidad me nutrió y me convirtió en un joven apasionado por la iglesia y el Cristo vivo de hoy, la frontera y la iglesia no trata a todas las personas con tanto amor y cuidado. Mis privilegios como hombre, güero, y ciudadano estadounidense oscureció los muros invisibles y el sufrimiento de la frontera, y viví mis primeros 3 años en Agua Prieta cómodamente lejos de las duras realidades de mis hermanos y hermanas. Sin embargo, los profundos lazos de comunión y amistad con mis hermanos comenzaron a transformarme. Cuando sentí a través del sufrimiento y la violencia del racismo, el crimen organizado, la xenofobia y el sexismo que afectaron mis hermanos y hermanas, sus realidades se hicieron más evidentes e íntimamente conectadas a mí. Este es el verdadero poder de la iglesia en la frontera porque une a personas muy diferentes para estar profundamente conectadas por la comunión con Dios. Y cada vez que visito Douglas y Agua Prieta, digo que voy a visitar a personas que son como mi familia, porque compartí con ellos algunas de las experiencias más hermosas y dolorosas de la vida.
Me di cuenta que nuestras fronteras más hirientes son las que no tienen muros físicos, sino formas intrínsecas de funcionar en la sociedad que segregan a las personas a través del clasismo, el racismo, el machismo y la supremacía blanca. Son las fronteras que mantienen a las personas dentro de las jaulas invisibles de las estructuras de poder, para que nunca puedan realizar de su gran potencial como niños creados en la imagen de Dios. Me desperté a la realidad de que mis propios hermanos sufrían de fronteras que me beneficiaban, y que si realmente amaba a mis hermanos, tenía que estar de su lado tanto personal como políticamente. Mi familia y mi iglesia en Douglas y Agua Prieta siempre me recordará que la iglesia no es un lugar para estar cómodos, sino un lugar donde se cruzan las fronteras porque mis queridos hermanos y hermanas vienen de muchos diferentes países, etnias, razas y trasfondos socioeconómicos. Pero si la iglesia solo refuerza los muros y las estructuras de los sistemas sociales desiguales, entonces hemos tergiversado el mensaje de Jesucristo de ver a las personas como hijos amados de Dios y nuestros hermanos en Cristo.